Retorno del artista adolescente

En el tintero de 2023 se había quedado “Los destrozos”, el regreso de Bret Easton Ellis, tras un receso de 13 años.

Y es el regreso en varios sentidos. En primer lugar, a la ficcionada o no tanto, juventud del mismo autor. Porque el relato nos remonta a Los Ángeles en pleno 1981, a los 17 años de Bret, quien enfrenta su último año escolar. Es el retorno a una sociedad ochentera, enmarcada en un exclusivo y cerrado grupo de jóvenes de clase alta, populares, rodeados de mucho sexo, muchas drogas y mucho rocanrol (en realidad más pop que rocanrol).

El salto es espectacular y da para pensar de qué forma un cincuentón tardío como Ellis (hoy de 59 años) es capaz de retomar el relato de su adolescencia sin perder la conexión con la frescura de su juventud, atosigada y amenazada por la encantadora perversión de Robert Mallory (el chico nuevo que llega a desarmar el universo del cuarteto de moda); y por los crímenes del Arrastrero, asesino en serie ochentero, difuso, pero no por eso menos amenazador.

En ese sentido, aunque resulte un cliché insoportable, la novela se trata del potente retrato de un artista Bret-adolescente hecho desde su Bret-adultez. Todo, acompañado permanentemente de una muy buena banda sonora y fílmica de 1981.

“Los destrozos” (Random House) es también un libro sobre la paternidad ausente, acerca de las horas que los jóvenes pasan solos, respecto de la forma como muchas veces deciden pasar esas horas y sobre el hedonismo rebosante en que todo joven y probablemente otros no tan jóvenes les gusta o gustaría vivir.

Se trata de una novela del deseo. Bret desea a su mejor amiga, también a su mejor amigo, a su novia, pero también al chico perverso que le rodea. Pero es una novela desde el deseo sexual hasta el deseo por una seguridad que no existe, de una puerta cerrada que no es capaz de defenderte del asesino, o de la seudo tranquilidad de un colegio de clase alta pero que no consigue evitar que sus estudiantes terminen asediados o asesinados sin encontrar al culpable.

Es un libro sobre la confusión.  Es una novela sobre la indefinida identidad sexual del narrador, o, mejor dicho, del proceso de búsqueda y transición en dicha identidad. Es también un relato sobre aquello que nadie ve: sobre un asesino en serie que acecha a una escuela, pero que a nadie, salvo al protagonista/narrador/Bret, parece importarle.

Se ha planteado que “Los destrozos” viene a representar la pérdida de la inocencia y el paso a la vida adulta. Pero el autor deja un último paso en al aire, sin concretar, instalándonos con viveza juvenil en los 80, pero negándose a ser consumido por la madurez que te da la distancia nostálgica de las cuatro décadas. Es por eso que la novela encarna mucho más la pérdida del Paraíso de un cuarteto sofisticado y pudiente, que el final de la inocencia, claro, si es que el Paraíso terrenal pudiera componerse de drogas, soledad, alcohol, sexo y pop ochentero.

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