La cicatriz permanente

Cuesta partir, pero ahí vamos. Cuesta, porque al igual que cuando la leí, en la década de los 90, “La muerte y la doncella” es un reflejo brutal de una época que se fue, pero que aparece, velada, sutil, tenue, en el horizonte de nuestras cabezas.

La traigo a colación, porque esta semana asistí a la puesta en escena de dicha obra en el Teatro UC. Sí, la obra de Ariel Dorfman, con dirección de Rodrigo Bazaes, y la actuación de Valentina Muhr, Daniel Gallo y Julián Marras.

Lo que también puede costar hoy es calibrar la importancia histórica de esta obra. No solo por el éxito que tuvo en Broadway con Glenn Close, Gene Hackman y Richard Dreyfuss (sí, los mismos); o por la película dirigida por Roman Polanski (el mismo) y protagonizada por Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson (sí, también los mismos). Para no continuar con el sarcasmo, recordar finalmente que en Chile la dirigió Anita Reeves y tuvo a María Elena Duvauchelle, Hugo Medina y Tito Bustamante como grandes protagonistas de esta dura tragedia de nuestro tiempo colocada arriba de un escenario.

La obra de Dorfman permite recordar el libro, en mi caso, una edición de Lom de 1997. Es la historia de Paulina, mujer violada y torturada en dictadura y quien ya en democracia y con un marido (Gerardo) a punto de participar como abogado en una comisión para investigar las violaciones a los derechos humanos durante el régimen pinochetista -aunque sin saber si se podrá castigar a los culpables- se encuentra, por circunstancias fortuitas con quien cree es su agresor: Roberto, un doctor.

Es un texto sobre la memoria. Pero también es un libro sobre el trauma personal y colectivo, de una torturada y de una sociedad de igual forma lastimada. Es también una crítica a la desmemoria y a la falta de justicia efectiva sobre la cual se pueda soportar una democracia, cuestión que cobra aún mayor realce tomando en cuenta que Dorfman la escribió en 1990.

El libro desencadena heridas, remembranzas y suspenso, rodeado de la música de Franz Schubert, “La muerte y la doncella”, un cuarteto de cuerda que supuestamente Roberto escuchaba al momento de torturar a Paulina. Y decimos supuestamente, porque otro concepto sobre el que se basa la trama de la obra es la duda. La de Gerardo, respecto de si su mujer está en lo correcto y las repercusiones para su futuro por retener al médico contra su voluntad; las que provoca Roberto en el lector/espectador con su alegato de inocencia; y las de Paulina, quien no tiene dudas, pero que genera esta incertidumbre sobre su acusación. Es en la cabeza del lector de Dorfman donde nos queda también la duda más profunda: si como sociedad sanamos nuestra herida, pues parece no haber cicatrizado.

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