La dulzura japonesa

El Dorayaki es un dulce japonés. Dos tapas, una pasta.

Es a su vez un libro de Durian Sukegawa de 2015, que se ha popularizado en los últimos meses en hispanoparlantes tras su traducción al español, en versión de Chai Editora.

Fue también una película japonesa de 2015, “Una pastelería en Tokio”, que estuvo en Cannes y Toronto.

Dorayaki, -literario- es, en síntesis, un dulce. Es melódica y bella. Es sorprendente, con giros que nos recuerdan las transformaciones permanentes de la vida cotidiana actual; es bella, con pasajes conmovedores y emocionalmente potentísimos. Es también el reflejo de que -como dice el texto- «no importa cuánto hayamos perdido o cuánta crueldad hayamos soportado, el único hecho concreto es que somos personas a pesar de todo eso».

Es un escrito de amor. No de pareja, sino de humanidad. De entender que la injusticia puede ir de la mano de la soledad, y que la única opción es enfrentarlas con humanidad.

Es un relato sobre la superación de las heridas del pasado, sobre la exclusión y la injusticia. Es rica y es dulce. Como un dorayaki.

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