Es innegable que en esta lectura hay mucho de útil y revelador para mi generación. Nos reencontramos con nuestras inquietudes, convicciones y dudas en las páginas de «Hijos sin padre».
Como dice Carlos Peña: «nunca la distinción entre el mundo propio de los jóvenes y lo que ellos consideran un mundo ajeno ha estado tan marcada». Y es ahí donde escarba para buscar respuestas.
Insisto, para mi generación es importante tomar real conciencia de la forma en que los jóvenes nos ven a quienes nacimos en los 70 y 80s, a la vez de revisar cómo vemos nosotros sus formas de ser y de enfrentar la sociedad de la cual participan.
La lectura del último libro de Peña permite reflexiones fundamentales para entender nuestro presente. «Si los padres imitan a los hijos, los profesores a los estudiantes, y los parlamentarios a cualquiera que pueda votar por ellos, la democracia no funciona», plantea. Cada uno en su papel.
El déficit de institucionalización, la hipersensibilidad, la pérdida de la autoridad, son algunas de las disquisiciones que podrá encontrar en estas páginas, para mejor sumergirse en nuestros tiempos.
Carlos Peña acude a múltiples autores, como es su costumbre, pero ataca directamente la contingencia. Sin nombres, sin siglas, pero con mucha actualidad. De la sociedad sin lucro a la cultura sin culto, de los hijos de familia a los hijos sin padre.
Es mucho más que un ensayo sobre el espíritu de una generación, como dice la bajada del título del libro. El texto resulta un ensayo sobre los diversos cruces entre generaciones que se han hecho y también los que restan por hacer.
Todo en búsqueda del espíritu de una nación, que supere la lucha narrativa de los 30 años y los 30 pesos, el malestar y el Chile despertó. Ojalá antes de que ocurra un nuevo cambio generacional y debamos volver a entrar en la búsqueda de entendernos desde nuestras nuevas diferencias. Y así sucesivamente, como en una rueda mágica.
