De luces y sombras

“Creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias”. Esta frase es un muy buen resumen de lo que Junichirô Tanizaki propone en su ensayo “El elogio de la sombra”, hace 90 años (editorial Siruela).

Se trata de un bello manifiesto, en el cual Tanizaki, uno de los más grandes novelistas japoneses del siglo XX, realiza un breve análisis en el cual argumenta la predilección del Japón por la sombra, versus la propensión de occidente por la luz.

“No tengo nada contra la adopción de las comodidades que ofrece la civilización en materia de iluminación, calefacción, o tazas de retrete, pero, a pesar de ello, me preguntado por qué, siendo las cosas como son, no damos algo más de importancia a nuestras costumbres y a nuestros gustos y si sería realmente imposible adaptarnos más a ellos”. Tanizaki pretende defender la estética japonesa frente a la creciente influencia occidental, elogiando a la sombra que no oscurece, sino que aclara.

A lo largo del relato, el autor nipón nos deleita con la relación de la sombra no solo con la belleza en general, sino con la vivienda, el vestuario y las cerámicas de su país. Pero “El elogio de la sombra” es también un ensayo sobre la entrada de la vida moderna y sobre su enfrentamiento con la tradición.

Sin embargo, y pese a esta profunda defensa y admiración por lo tenue y por la sombra, el autor es realista frente al futuro. “Soy el primero en reconocer que las ventajas de la civilización contemporánea son innumerables y además las palabras no van a cambiar nada. Japón está irreversiblemente encauzado en las vías de la cultura occidental, tanto que no le queda sino avanzar valientemente dejando caer a aquellos que, como los viejos, son incapaces de seguir adelante…”

Menos de diez años después de este luminoso -aunque suene paradójico- ensayo, el mundo vería con horror y dolor el bombardeo de Pearl Harbor, la entrada de Japón y EE.UU a un conflicto mundial para conquistar el sureste asiático, y el posterior bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, sombras que caerían sobre la cultura y la vida japonesa con toda la brutalidad de la guerra y perdurarían por años.

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