Parto diciendo que es el mismo Daniel quien nos explica el sentido de sus libros, planteando que son una refriega, y por tanto una batalla, un conflicto, con el tiempo presente. ¿Una refriega de quién o de qué? De personajes, de situaciones, de vivencias que de alguna manera quedaron en un registro y hoy se enfrentan a este tiempo. A todo esto, digo libros, porque el recién presentado “Úlceras del tiempo” viene a ser el primer tomo de la tetralogía Odisea de la especie, anunciada por su autor y por Ril Editores.
Quiero desarrollar en primer término una reflexión etimológica. Una úlcera o llaga (del latín ulcus), es una lesión. Las más frecuentes son las que afectan a la pared del estómago o al duodeno, y son las heridas que se presentan cuando el ácido del aparato digestivo corroe la superficie de estos órganos.
Entonces, etimológicamente podríamos decir que Daniel Pizarro entra, con este texto, en un proceso ulceroso con su tiempo presente.
En el cuento que lleva el nombre este libro, “Úlceras del tiempo”, su autor divaga “Cada tanto me pregunto si soy lo que soy porque ayer fui lo que era o si más bien soy lo que soy porque he dejado de ser lo que era…” lo complejo es que esto se complementa con un fuerte componente de desgano, de desilusión, pues el narrador continúa con su divagación: “Y como la verdad es que todavía no sé lo que soy tampoco podría decir lo que era entonces, hace unos treinta años más o menos…”.
Daniel se recoge, vuelve atrás, toma fuerzas, impulso, rabia y empuja hacia adelante para llegar al tiempo presente con la finalidad de mirar las llagas que quedaron el camino; “encajando a presión los hechos en el tiempo”, como menciona en su cuento “La Caty, con C” en momentos en que su protagonista intenta entender la serie innumerable de conflictos y trastornos que ocurrieron en la historia familiar y que hoy rodean y amenazan un almuerzo de fin de semana, cuestión que, de más está decirlo, a más de alguno de los presentes le puede haber ocurrido un domingo cualquiera, como ayer.
En su cuento “Dino Bodoni”, Daniel menciona que “al fondo de cada historia yace otra historia enterrada, imposible de narrar, que me aguija a escribir en un acto defensivo y que intento conjurar manipulando sus disfraces”. Es importante hurgar ahí. Porque si buscamos desentrañar este texto, creo que el conflicto es pilar esencial del mismo. Dos conflictos, que se mezclan y alimentan el uno con el otro, y que son fundamentales para el autor del texto: primero, entre el presente y sus recuerdos; segundo, el que permanentemente tienen sus personajes para tratar de entonar y afinar con una realidad que no les gusta, con una sociedad sobre la cual se desarrolla una profunda crítica.
Sí, porque -nuevamente en el cuento “Úlceras del tiempo”-, Daniel Pizarro hace referencia explícita a esta sociedad construida con el paso de los años y décadas con posterior a la dictadura militar y que marcó a varias generaciones de nuestro país. Cuando explica, por ejemplo, la vida que lleva un funcionario público, y como este desaparecía de su trabajo porque laboraba en otra repartición del Estado. “En esos tiempos todavía era posible tener dos y hasta tres contratos en paralelo, yo diría que la administración pública se había convertido en la carroña del botín luego de que los grandes empresarios terminaran por apropiarse de todos los bienes comunes: la tierra y el agua, la salud, las pensiones de vejez, etc.”
Daniel coquetea con la historia dictatorial a partir de sus hijos, víctimas de la herencia de aquellos 17 años. En “limpia tu honor mancillado” por ejemplo, resume en pocas líneas la imagen de una víctima, no de violaciones a los derechos humanos, pero sí de las consecuencias de una sociedad que nadie votó por construir, pero que todos heredamos por la fuerza: “Podría haberse casado y tener hijos, pero no resultó. Podría haber contado historias, pero no resultó. Podría haber cambiado el mundo…Nada resultó”.
Y para continuar hablando de padres e hijos, creo que especial atención merece el tópico del padre. Desde la narración de “La cuestión de la silla”, cuento inicial, lleno de realidad, picardía y decadencia, que nos muestra a través de un chamánico y adicto Marcelo la relación con un hijo perdido en su propia casa; ni hablar de “El triángulo de las Bermudas”, que deambula entre la vida de un barrio, los esfuerzos de un padre por mantenerla, y la progresiva destrucción de un hogar; o hasta la temática de la ausencia que destaca en “El Camaro en la historia de Chile”, de donde rescato un párrafo patente de aquello: “Lo cierto es que rara vez se acordaba de su padre, quizás porque este hombre representaba para él las leyes invisibles que rigen el mundo. Aunque hubiera muerto de forma trágica, la tragedia yacía en el pasado como un dato inofensivo”.
La paternidad se observa en prácticamente todos los relatos. Con tierna dureza o con cómica fatalidad, si la dureza puede ser tierna o la fatalidad cómica.
En “El mundo según Minecraft” asistimos a un padre que se enfrenta a la pelea por la extensión de una autopista y a las obvias transformaciones que ello conlleva, mientras su hijo habita en el espacio virtual que le ofrece Minecraft, libre, virtual, propio, mientras la sociedad te sigue consumiendo y almorzando día a día. Es solo cuestión de tiempo, como dice el autor.
Hablamos de un tiempo diferente, el de un Daniel de hace 30 años, aquella otra época, de esa otredad que nos define en torno a un proceso que nos marcó y que ha costado que nos deje de marcar… de ese Chile en la cual había instancias en las cuales no quedaban huellas físicas de la felicidad, en que si no llevabas máquina fotográfica no quedaba rastro, y, por tanto, se reducía el riesgo de que posteriormente lo embargue a uno la nostalgia, como dice David Foenkinos en su novela Número Dos.
Este libro de Daniel es también un tránsito desde aquella época donde podías quedar sin huellas físicas de tu felicidad o tristeza, hasta aquella en que nos sorprenden y angustian microcuentos como el de Antonia Echeverría Cisternas (de 14 años) en la vigésima edición de Santiago en 100 palabras, donde ella nos microcuenta que “Y fui tan feliz que hasta olvidé publicarlo”.
“Úlceras del tiempo” es el paso y es el enfrentamiento entre esas dos sociedades, cuyo tránsito va desde la existencia de patriarcas como el padre ausente, o el duro, o el difuso, versus aquel progenitor presente, que lucha por mantener la vida de barrio en el cuento “El triángulo de las Bermudas”, o incluso, a la ausencia del patriarca, reemplazado por una madre líder del hogar monoparental.
Son choques generacionales obvios, de los cuales Daniel Pizarro se aprovecha para manifestar y contarnos su malestar, su crítica, sus conflictos, a la vez que nos recuerda que no podemos dejar de educar y que el profesor debe seguir siendo profesor, que el padre debe seguir siendo padre, y que los hijos, lo quieran o no, deben seguir siendo hijos.
Úlceras del tiempo es una cachetada a la falta de recuerdo. Una respuesta al joven de «Cathy con C», que en un mirador lanza la pregunta «¿Quién es Pinochet?», como si la historia pasara tan rápido como para no alcanzar a fijarla en nuestra memoria.
Este libro nos representa la necesidad de recordar aquellas úlceras dolorosas e importantes para enfrentarlas a tu tiempo presente, de forma de impedir tu olvido. Esa es la refriega, la batalla, a la que el texto te invita.